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Mirando el futuro

Camino por una pista. Siento el pasto bajo mis pies, el sol que me acaricia la espalda, el viento cantando en mis oídos. El horizonte se abre ante mis ojos cercano y lejano a la vez.
Me siento afortunado. Porque tengo el Don de volar y expandir mi mirada cada vez más lejos. Porque puedo compartir este Don con muchos más que son como yo. Porque amo el vuelo y puedo disfrutarlo, aunque nunca sea suficiente para mi. Porque hice muchas elecciones, buenas y malas, que me llevaron hasta este momento. 
El ruido de un avión interrumpe mis reflexiones y lo busco instintivamente hasta encontrar un punto que pasa a lo lejos. Me pregunto por un momento de donde viene y a donde va. Lo veo moverse para ver si viene hacia mi. Pero sigue su camino y yo sigo caminando, sabiendo sin saber que hay muchos otros como yo que miran pasar a ese avión y se preguntan lo mismo. Que hay un piloto en esa cabina que entre comprobaciones de seguridad, de jugar con los instrumentos y mirar a su alrededor por si hay tráfico mira hacia abajo y al ver la pista la cataloga mentalmente como lugar apto para aterrizar. Tal vez conoce esta pista y al verla recuerda vuelos al atardecer, mates entre amigos y mil vivencias más.
Y sigo caminando sabiendo que envidio a ese piloto desconocido  sólo por estar volando en este momento mientras que yo camino por la pista. Y por otro lado no hay nada que desee más que estar donde estoy ahora.
Pienso en los vuelos que me esperan, en el futuro, en las elecciones por hacer. Y mientras imagino el futuro escucho nuevos sonidos, risas infantiles, llantos, preguntas con voz finita que se que cambiarán mi mundo con cada frase. 
Se que me espera una gran aventura y estoy ansioso por empezar a vivirla. Se que ya empezó, de hecho, pero aun faltan más y más cosas. Y se que quiero que lleguen con las mismas ganas con las que quiero seguir disfrutando este momento.
Suelto la mano de mi amor y le acaricio la panza. Un temblor inesperado me hace alejar la mano. Vuelvo a acariciarla y vuelvo a sentir otra patadita, mas suave esta vez. Me arrodillo ante esta panza, en esta pista que hoy siento como mía y un día tal vez será de él. 
Beso esa promesa que late y le susurro:
"Un día vamos a mirar juntos este horizonte. Mientras tanto quedate tranquilo. Acá está papá. "


Esa lenta seducción

No es sólo otra historia de sexo

Aprender a volar es una experiencia extraordinaria. Es un proceso de conocer y conocerse que nos enseña mil cosas y está lleno de dichas, goces y dolores. Pero es también una aventura muy parecida a otra: La seducción y el encuentro con otra persona:

Primeras citas
Los primeros vuelos son como esas salidas de amigos con "esa" persona que todos quieren presentarte. Las primeras salidas son de reconocimiento, de hacer experimentos. Uno se siente medio tonto porque sabe que están ahí para conocerse. Sabe que los demás saben que uno sabe y la otra persona sabe que uno sabe que los demás saben. 
En resumen, todos creen que saben pero nadie tiene idea de que va a pasar.
Con los primeros vuelos pasa lo mismo. Aprendemos a volar sin saber si un día tendremos una cita especial con entidad desconocida, si pasará algo distinto o si no pasará absolutamente nada. Uno pretende interesarse por las formas, las costumbres, los gustos de la otra persona. Pero en realidad el amor a primera vista es muy simple y sabemos que eso que nos llamó la atención en el primer encuentro, sean sus hermosos ojos,  su busto generoso, su trasero anatómicamente perfecto o la forma en que el ala queda ante el sol, todo eso serán nuestro primer gran recuerdo de esta historia de amor que recién empieza.

Nuestros guias de aventura
Salvo las citas a ciegas, que unicamente pueden compararse con hacer el primer vuelo sólo porque el piloto se murió o saltó en paracaídas ( por la intensa emoción y los violentos resultados), nuestros primeros vuelos siempre llevan la compañía de un experto. En la vida real suele ser un amigo o conocido que conoce bien a la otra persona; que nos observa paciente para evitar que cometamos los peores errores ("no le tengas la puerta porque va a pensar que sos condescendiente", "no le ofrezcas pagar a medias porque va a creer que sos un amarrete", "no le mires el traste porque va a pensar que sólo la querés para eso", etc).
En el vuelo es aun peor porque nuestro guía no es sólo un experto sino un ex novio. El instructor sabe todas las manías del Ala porque ya las sufrió (o "disfrutó", si somos celosos) mucho antes que nosotros. Los consejos con que estos guías controlan nuestras vidas van desde lo tierno, "comé liviano la noche antes de volar", lo obvio "abrochate el cinturón", hasta llegar a lo tiránico "Nunca hagas eso, esperá a que me baje así te matás sólo"
.
Hacía la primera cita
Por supuesto que lo que uno desea es justamente "estar a solas" o "volar sólo". Y si bien aprecia esa vocesita que nos respira en la nuca, hay un deseo, cuya intensidad crece exponencialmente con el progreso del curso (en el primer vuelo es muy poco, en los últimos es casi lo único que escucha) de que esa voz se calle de una maldita vez y nos deje disfrutar de la novia en paz.
Y sin embargo, en el vuelo como en la vida hay que esperar. Y antes de que llegue ese momento hay que pasar por una cantidad variable de etapas. 
Con los años y la experiencia estas se acortan, pero los inicios son siempre, tan, tan lentos: Que la primera vez que la tocamos, que la primera vez que nuestras miradas se cruzan, la primera vez que hacemos un giro escarpado sin querer vomitar, nuestro primer aterrizaje que termina sin bomberos que nos sigan. Y así.
Y entonces llega el momento tan ansiado, tan deseado, nuestra primer cita a solas. 
Pero antes, por supuesto, hay que esperar: que este viernes tiene que salir con su mejor amiga y no la puede dejar, que cumpleaños el Tio Enrique y no puede faltar, que le tienen que cambiar una bujía, que hay mucho viento. Estas y otras excusas más son las que el estoico pretendiente debe soportar antes de llegar al momento tan ansiado. 
Y después vienen más, y más, y más, hasta que llega el momento en que uno decide mandar todo al demonio y dedicarse a tareas más agradecidas como chofer de camiones en Irak y entonces si, cuando nos abandona toda esperanza y sólo queda resignarse, entonces llega el momento tan deseado: Llega de verdad!

Primer vuelo a solas
Llegó ese momento y lo esperamos con una mezcla tan grande de miedo, alegria, ansiedad, felicidad, mariposas en el estomago y otras manifestaciones estomocales, que sería hermoso que le pase todo eso a otro, y nosotros podamos disfrutarlo en paz.
Las primeras veces recorren como pocas el campo entero de las experiencias humanas. Van desde lo grotescamente desastroso hasta lo sublimemente maravilloso. Son la unión perfecta entre dos almas gemelas que se consagran en la cúspide del amor físico para hacer algo increiblemente hermoso, o son personas desnudas, torpes, ridículas, tratando que encajen dos piezas que parecen ser ambas cuadradas. El vuelo puede terminar en un gemido de extasis lubricado por ruedas que acarician dulcemente el pasto, o en una pila de escombros donde se mezclan las ilusiones de meses y años con los restos de autoestima y piezas varias que se llevaron al convite: arneses, protección de todo tipo y juguetes como cámaras que por supuesto nunca fueron utilizados.
Pero hay algo que todas las primeras veces tienen en común: son inolvidables!

Siempre recordaremos a nuestro primer amor:Aunque con frecuencia lo dejamos atrás. Es la naturaleza humana. Querer siempre más, más alto, más lejos, más rubia, más dinero, menos años, etc. 
Y sin embargo, mientras abandonamos lento o rápido a esa criatura tan especial, mientras emprendemos otros vuelos más lejos, más alto. O incluso mientras fundamos una vida en común con ella y recorremos juntos los cielos por mucho tiempo. Aun así sabemos que nunca, aunque pasen todos los años del mundo, olvidaremos esa lenta seducción.

Felices vuelos!

Anibal Baranek

Un árbol

Hay un árbol en el piso. Se mece bajo mi Ala y permanece quieto. Lo miro con tiempo, con tranquilidad mientras juego con el viento al tira y afloje. Por momentos pico ligeramente mi cuerpo y avanzamos un poco. El ruido en mi oídos aumenta mientras el Viento ruje su furia porque lo empiezo a derrotar.
Y por momentos el ruido calla y sólo escucho silencio. Y en ese momento, el ala frena y el viento nos detiene y nos hace ir para atrás.Y el árbol que ya casi no veía, que había dejado atrás, aparece lentamente de atrás hacia adelante, riéndose de este viento que nos empuja y parece vencernos.
Pero nosotros resistimos y picando otra vez igualamos el viento. Y la batalla queda suspendida y mi ala, el viento, el árbol y yo mismo quedamos estáticos.
Y cuando veo que el árbol se agranda recuerdo que mi ala planea, que está desciendo, y que es mi hora de aterrizar.
Asique giro con lenta gracia y encaro hacia la pista de aterrizaje. Pico el ala una vez más y en pocos segundos mis ruedas de principiante se posan en la pista.
Termina así mi tercer vuelo sólo en Aladelta y camino rumbo a unos merecidos mates pensando en el vuelo. En que sienten los pájaros. En cómo ven los árboles las cosas que vuelan a su alrededor. En lo profundo de las raíces que nos atan. Y en el placer de pararnos en la rama de un árbol, abrir nuestras alas, y salir una vez más a aprender a volar.

El zen del piloto

Olvidar debes todo lo aprendido


El alumno charla con el instructor después de un vuelo:
-No entiendo que me falta para volar sólo. Se toda la teoría. Me siento cómodo en el aire. Pero aun así no avanzamos a la próxima etapa
-¿Te molesta volar conmigo?
-No. Pero quiero quiero volar sólo, ya aprendí mucho.
-¿Y estás tan seguro de que sabes tanto?
-Si.
-Entonces sabé también que cuando te olvides de todo lo que sabés y lo apliques directamente y cuando te olvides que estás conmigo y vueles como si estuvieras sólo, entonces va a llegar tu momento. Mientras tanto disfrutá y no pienses tanto!

Tierra mojada

Miami, aeropuerto Opa Locka: El vuelo de hoy consiste en ir desde el aeropuerto de Miami al de Naples, un pequeño pueblo en la costa Oeste de Florida. Hay olor a tierra mojada ya que llovió hace un rato. El cielo está gris por las nubes. Reviso el Cessna 172 matrícula N952AC que me llevará en mi viaje. Tres de sus cuatro asientos van vacíos.
El pequeño motor arranca con un rugido y la hélice frente a mi empieza a girar. Pronto el pequeño avión y yo corremos por la pista. A nuestra espalda, hacia el Oeste, el sol empieza a ocultarse. Mientras trepo, giro el avión para ir a buscarlo. En el cielo aun es de día; abajo mío las luces nocturnas de la ciudad están por todos lados. Más adelante terminan de pronto y todo está oscuro. Son los pantanos del sur de Florida.
Mi avión trepa hacia las nubes y pronto volamos entre ellas. Abro la ventana para tocarlas y un rico aroma invade la cabina. Huelo a tierra mojada, a nafta y otro sabor que no puedo precisar. Cuando saco la mano por la ventanilla la siento humedecerse. Delante de mí no hay nada. Solo el gris de la nube que se torna pálido a medida que sigo subiendo.
De pronto salgo de la capa y me encuentro volando en un mar blanco. Estamos flotando sobre infinitos campos de algodón. 


Estabilizo el avión a unos metros encima de el. Sobre mi el cielo está oscuro y veo brillar algunas estrellas. Justo adelante, el sol que abandonó la tierra, amarillo y naranja, se demora aun en las alturas. A medida que baja sus rayos tocan las nubes y el campo blanco se tiñe de tornasol. Algunas nubes se alzan junto a mí y ahora volamos entre multicolores montañas. Estamos quietos, inmóviles y son ellas las que corren bajo nosotros.
Pronto el sol se va y me deja a oscuras. Mi única luz es ahora el brillo rojizo de los instrumentos y la pálida luz de las estrellas. Me acerco a mi destino así que reduzco la potencia y pico entre las nubes. Otra vez la nada gris. Cuando emerjo de ese mundo extraño me encuentro volando sobre estrellas. Tierra y cielo se confunden. Es la ciudad de Naples que me da la bienvenida. Pronto un cuadrado de luces recorta el aeropuerto y me zambullo en la oscuridad. A pocos metros del piso mi faro de aterrizaje ilumina la pista.
Ahora ruedo entre filas de aviones silenciosos. Detengo el motor y su rugido se apaga lentamente. Salgo del avión y lo recorro con las manos. Huele a tierra mojada, a viento y a sueños dorados. Miro a mí alrededor pero estoy solo en el aeropuerto. Sólo luces azules y sombras inmóviles. Acaricio sus alas por última vez y despacio, avergonzadamente, beso la trompa de mi Pegaso. Me voy, yo también, a dormir. Espero soñar con tierra mojada.
Anibal Baranek

Relato publicado previamente en "Pista 18" y en "Gaceta Aeronáutica" http://www.gacetaeronautica.com

Volar es para los pájaros

Volar es para los pájaros, dicen algunos. Y es difícil contradecirlos. Aunque yo se que no es cierto. Por que todos tenemos un destino. Hay quienes nacen para vivir en el mar, los que están destinados a enseñar a otros, los que pasan felices por la vida sin hacerse preguntas incómodas como estas, y están los que nacen para volar.
No es fácil explicar que hay en en el vuelo que sea tan maravilloso. ¿Es tal vez la perspectiva de ver todo desde lo alto? ¿La excitación de resolver un aterrizaje difícil o una emergencia? ¿El contacto con la naturaleza, donde los elementos no son una inconveniencia en nuestras vidas de siempre, sino factores relevantes que determinan si podemos volar, cuanto y hasta a donde? ¿La maravilla indescriptible de volar entre nubes y poder extender nuestras manos para, literalmente, tocarlas?
Supongo que es difícil de entender pero es así. Volar para mi es vivir más intensamente. Es como soñar. Pero es un sueño que uno sabe que es real. Como un gran deseo cumplido.
La literatura está llena de relatos de hombres que no pudieron vivir felices hasta recorrer el mar. Hombres cuyo elemento primigenio era el salado líquido. Pero también hay otros hombres que sintieron un deseo análogo por el aire. Que al ver volar a los pájaros sintieron que ese es un don demasiado precioso para ser disfrutado sólo por los que nacen con alas.
Y allí fueron Leonardo Davinci, los hermanos Montgolffier y Write. Antoine Exuperí, etc... son muchos los hombres que contribuyeron al gran sueño del hombre.
¿Porqué volar es solo para los pájaros? Si la naturaleza nos dio inteligencia justo es que la usemos para alcanzar lo que ella no consideró necesario darnos. Porque volar no es solo para los pájaros. Volar es para todos aquellos que nacimos con alas en el corazón.