Mi primer vuelo nocturno


Mi primer vuelo nocturno fue en San Fernando, en un Piper PA38 Tomahawk, el 7 de Septiembre de 1997.
Llegué de día al aeropuerto y mientras esperaba la noche vi un soberbio atardecer. Luego hicimos un briefing con mi instructor y nos fuimos al avión.
Prender el avión de noche es una experiencia diferente. No se ve todo alrededor y que hacer las inspecciones con linterna o usando las luces del avión. Cuando las probé, un resplandor rojizo iluminó el piso cerca del ala izquierda y uno verde alumbró el piso bajo el ala derecha. Son las luces de posición del avión. Para ver los instrumentos del panel hay una luz que ilumina desde arriba hacia abajo todos los instrumentos. Hay una perilla que sirve para hacerla más tenue o mas intensa.
Para rodar se usa la luz de aterrizaje que está justo bajo la nariz e ilumina directamente adelante. Para rodar hay que ir siguiendo fielmente las rayas amarillas para mantenerse en el centro de la calle de rodaje.
Cuando iba para la pista, luego de cargar combustible, me di cuenta que tenía como un nudo en el estómago. No se si era miedo o inquietud o que. El vuelo nocturno me daba una sensación extraña. Mezcla de miedo y deseo. El aeropuerto estaba a oscuras y no había otros aviones en la frecuencia. Era raro.
Finalmente estuvimos listos y nos ubicamos en la cabecera 05 (despegando hacía el Este, hacia el Río de la Plata). Ante nosotros se extendía una fila de luces que parecía prolongarse hasta el horizonte. Di potencia repitiendo por undécima vez el ritual del vuelo. Potencia adelante, ala al viento, atento al eje de pista, vigila la velocidad, mantiene el avión derecho... velocidad de vuelo, palanca atrás suavemente, mantené el eje de pista y las alas niveladas. Estamos en ascenso.
Alcanzamos los quinientos pies y a mi alrededor había un mar de luces que se cortaba al este por la línea de costa que cercenaba las luces con un manto oscuro. El avión respondía bien, el aire estaba muy tranquilo y aunque abajo era noche cerrada desde donde estaba alcancé a distinguir un resto de atardecer en el oeste.
Volamos un rato por la zona, mientras el instructor me mostraba el terreno. Es cierto lo que dicen. De noche todo se ve diferente. Más pacífico, más hermoso. Las manzanas de luces se ven como casitas de muñecas iluminadas para la Navidad. Las luces de las avenidas marcan ríos de luz que pasan rápido bajo mis alas.
En el Tomahawk se ve tan bien para abajo como para arriba y había muchas estrellas aunque algo apagadas por el brillo de la ciudad. Volábamos en la vertical de San Fernando, e hicimos un viraje por derecha de 360 grados. Partiendo desde un rumbo 360 o Norte nuestra vuelta nos muestra primero la zona de Benavidez y el Delta con algunas luces reflejadas en el agua, luego el pueblo de San Fernando que termina en el Río de la plata. Está el parque de la costa y más al este está San Isidro con el hipódromo que se ve como mancha oscura entre las luces. La avenida Libertador surge brillante de allí y traza su camino hacia la capital federal cuya General Paz se pierde en el resplandor. Sigo mirando hacia el sur y el Oeste. El aeropuerto de Don Torcuato (quise se cerró hace poco) se distingue bien y el pozo negro que es Campo de Mayo destaca como un manchón de tinta en la acuarela suburbana. Directamente al Oeste están las luces más débiles de los countries y hacia el norte adivinó las luces de Escobar y más allá, de Campana. Justo bajo nosotros está San Fernando y la zona de trabajo donde los pichones aprenden a volar.
Es gracioso que ahora, al buscar adentro mío no encuentro el miedo que antes sentí, pero si la fascinación. Una nueva faceta del vuelo se abre ante mí y descubro que me fascina igual que las otras. Me pregunto si alguna vez me cansaré de tanta belleza expresada en tantas y tan diferentes formas.
Demasiado pronto para mi gusto, llega el momento de volver. Nos aproximamos al aeropuerto y el aterrizaje me sorprende cuando creo que aun estamos altos. Hacemos un toque motor y vuelvo a repetir mi toque positivo (o sea un “galponazo”). De mis toques “vaselina” ni noticias pero entiendo que a todos les pasa lo mismo en sus primeros aterrizajes nocturnos. Tiene algo que ver con la percepción de profundidad según me dijeron.
Como balance, fue un vuelo hermoso. Lleno de cosas nuevas y se que solo de a poco iré descubriendo todos sus secretos. Por ahora me conformo con volar bajo el cielo oscuro y ese suelo tan hermoso al resplandor de las luces eléctricas.
Foto: Esteban Brea