Mis primeros vuelos en aladelta

Siempre soñé con volar. En mis fantasías volaba como Superman y era uno con el cielo. Con los años esas fantasías me llevaron a recorrer lugares y experimentar grandes vuelos, estos si, de verdad.

A los 17 despegué por primera vez en la cabina de un avión, un Cessna 152, el LV-OOJ. En ese vuelo pasó algo mágico que no descubrí hasta mucho tiempo después, y es que una parte de mi corazón se quedó ahí arriba, jugando entre las nubes.

Hoy tengo 35 años y más de 1500 horas volando aviones como ese Cessna de mi adolescencia. Volé en aviones chicos y grandes, mono y bimotores, de día y de noche, con buen y mal tiempo. Volé una vez en helicóptero y, hace no mucho, en un parapente. Volé en un planeador e hice algunos vuelos en ultraliviano. Y disfruté la excitación de la caída libre que acompaña al salto en paracaídas.

En cada vuelo me sentí feliz de estar ahí arriba, tanto si era el valiente piloto resolviendo una emergencia o aterrizando con precisión en medio de la noche, como cuando era un pasajero cualunque, mirando por la ventanilla de un 737 que despegaba.

Pero en esta larga jornada hubo un modo de volar que siempre quise probar: el aladelta.

¿Que tiene de especial un aladelta que lo hace diferente de todas esas otras formas de volar? Es difícil de explicar. Tal vez la imagen del piloto recostado baja el ala, dueño de su destino, tal vez la fascinación para el piloto acostumbrado a volar en una cabina, de sentir el viento en la cara, sin otro instrumento que el cuerpo.

Tal vez la fascinación de ser artífice de mi destino y volar mientras me habilidad me permita encontrar térmicas que me sostengan y no mientras el combustible no se acabe.

Sea por la razón que sea ayer, día de mi primer vuelo en aladelta, estaba excitado como un chico en vísperas de navidad. Miraba los reportes meteorológicos y los sutiles indicadores del viento por la ventana de mi casa.

Cuando llegué al campo la plataforma estaba llena de alas y mientras caminaba hacia ellas vi como el Dragonfly (el avión remolcador) llevaba una para lo alto. Hay algo mágico en esos dos pájaros que se elevan atados por una delgada soga, el primero ruidoso y desgarbado, con un piloto sentado a horcajadas, el segundo siguiéndolo en silencio, un piloto acostado y haciendo suaves movimientos para seguirlo.

Me reuní con mi instructor y empezamos el briefing. Hablamos del vuelo, del curso, de lo que haríamos y cómo. De que hacer y que no. De los errores más comunes, del vuelo en general.

Finalmente llegó el momento del despegue. Estábamos montados en nuestros respectivos arneses y colgados del ala, yo debajo y el arriba. La pista abierta por delante nuestro. Yo solo veía el pasto, el avión a unos metros adelante y poco más.

El Dragonfly aceleró el motor y la cuerda que nos remolcaba se tensó. Empezamos a correr más rápido y en pocos metros despegamos. El viento me hacia llorar los ojos, o era la emoción de volar otra vez, y mi campo de visión se fue ampliando. El instructor volaba en esta fase del vuelo y me iba señalando cosas. Yo miraba para todos lados y trataba de entender que pasaba. El remolcador se movía adelante nuestro. Hay una posición ideal de remolque y que consiste en que el aladelta vaya ligeramente atrás y ligeramente a la izquierda del Dragonfly. El significado de “ligeramente” solo puede entenderse experimentando la sensación. Hay referencias que se van usando pero cuesta entender todo.

Si bien la experiencia de volar me resultaba familiar, el hecho de no tener instrumentos que me informen o la cabina del avión alrededor me desorientaba un poco. Me sentía como desnudo. No sabía a que altura volábamos (sólo que nos iban a soltar a unos 2000 pies o 600 metros del piso) ni a que velocidad. Además el aladelta se vuela de forma totalmente distinta al avión. En el segundo el piloto opera comandos, principalmente la palanca o yoke, los pedales que manejan el timón de dirección y el motor. En el aladelta el piloto desplaza su cuerpo y eso hace que ala gire, suba y baje y acelere o frene. Como dicen los instructores, el cuerpo es el comando. Y la vista, el oído y los otros sentidos son los indicadores.

Me sentía raro colgado ahí. En un momento me solté de la barra de comando y dejé caer mis brazos, colgaba a metros del piso y el viento me pegaba en la cara. Ya estábamos altos asique se veía muchísimo. Hacia un lado estaba la ciudad de La plata y el Rio de la Plata. Me sentía cómodo, sentía que el aire me sostenía y el viento en la cara acentuaba la sensación de volar.

Era como andar en moto pero más alto. Como soñar, pero despierto.

Finalmente llegó el momento de desengancharnos del remolcador y con un “snap” soltamos el cabo. En segundos despareció el ruido de corta pasto del Dragonfly y el aladelta pareció frenarse en el aire. Ahora todo estaba silencioso.

En ese momento empezamos formalmente la lección. El instructor me empezó a explicar y empezamos el vuelo. Hicimos giros y me mostró una pérdida de sustentación. Fuimos maniobrando y probando cosas. Paradójicamente no me quedó demasiado registro de esta fase del vuelo ya que estaba demasiado concentrado en aprender. Pensando en esa parte me pregunto si estaba todo tan silencioso como supuse que estaría, pero no lo se. Creo que escuchaba un sonido, la voz del viento, pero sus palabras no significaban nada para mí. De alguna forma era un extraño. Seguramente con el tiempo iré aprendiendo.

Intenté maniobrar con mi cuerpo como me explicaba mi instructor y por momentos el aladelta parecía hacer lo que yo quería que hiciera. Pero no me da vergüenza decir que en este primer encuentro entre el jinete y su montura ganó la montura. Por lejos.

Demasiado pronto se hizo la hora de aterrizar y, a medida que perdíamos altura, mi instructor tomó definitivamente el comando y pronto estábamos en una inicial por izquierda. Esta fue la única fase del vuelo que me pareció familiar. Cuando estábamos en una final corta picamos el ala para asegurar el control en los últimos metros de altura. El suelo se acercó y se siguió acercando hasta que nivelamos con el pasto de la pista a pocos centímetros de mi nariz. Finalmente el ala se posó sobre unas ruedas montadas en el trapecio y se detuvo.

Fue como despertar de un sueño. Un sueño de viento, sol, pasto y tierra. De sonidos raros, de imágenes familiares

Finalmente me saqué con trabajo el arnés que me ataba al ala y me quedé parado unos momentos.

Mientras intentaba entender todo lo que había pasado en los pocos minutos de vuelo mi instructor me dijo que había tiempo para un segundo vuelo y acepté encantado.

En ese segundo vuelo volví a experimentar todo pero con más detalle. La imagen que me quedó de ese segundo vuelo fue el sol sobre el horizonte, anaranjado y enorme y el cielo despejado alrededor nuestro. Y la imagen hermosa del Dragonfly volando adelante nuestro y, luego de soltarnos, desciendo rápidamente rumbo a la pista.

Esta vez cuando bajamos si abandonamos la pista y mientras caía la noche desarmamos el aladelta.

Hoy es el día

Es un martes cualquiera. Llego al aeropuerto de San Fernando a las 10 de la mañana. La plataforma está vacía y por unos minutos camino entre los silenciosos aviones. A pocos metros veo despegar aviones de la cabecera 05.
Como tantas veces en los últimos años estoy otra vez en el aeropuerto extrañando lo que tuve un día, pero hoy es diferente. Hoy no estoy solo para ver los aviones y regocijarme con sus formas y sonidos. Hoy estoy acá para volar.
A los pocos minutos llega un Cessna 152, dos personas van sentadas en la cabina. Una alumna y un gran amigo que será quien me escolte en este día tan especial.
Hoy soy un alumno como ayer fui un instructor. Estoy listo para hacer lo que Diego, mi instructor me indique.
Mientras terminan de hablar acerca del vuelo yo me acerco al avión y empiezo a recorrerlo con las manos. Pronto estoy con la lista de chequeo haciendo la revisión, hecha mil veces antes.
Cuando me siento en la cabina mis manos se mueven sin pensarlo y encuentran los familiares controles. Mis ojos recorren la cabina y mis manos se desplazan por los controles en este encuentro tan ansiado. Se que hace mucho que no vuelo, meses, años. Pero mis manos no lo saben y simplemente hacen aquello que hicieron tantas veces mientras realizo el ritual de prevuelo y preparo el avión y mi espiritu para salir a volar.
Pronto llega Diego e iniciamos la puesta en marcha. Espero sus instrucciones. El sólo me dice “vamos Capi” en nuestro ritual privado y se que no solo voy a volar. Voy a volar con un gran amigo, que sabe exactamente como me siento en este momento. Le pregunto que va a hacer él (volar al principio, hacer las comunicaciones, lo que el, instructor, decida) y el me contesta con un gesto. “El avión es tuyo, yo te ayudo con lo que necesites”.
Hacemos el ritual de puesta en marcha con algun comentario de Di sobre procedimientos de la escuela, cada escuela de vuelo tiene su propia forma de hacer las cosas y él es un profesional.
El roce de los comandos, el rugido del motor al ponerse en marcha. El familiar chequeo de la presión de aceite, reducción de potencia, todo es nuevo y viejo a la vez. Mil veces antes lo experimenté y lo hice. Y lo disfruto como nunca.
Con el avión listo para rodar, y guiado por Di, me comunico con la torre:
“San Fernando el ZZZ en plataforma X y para cabecera en uso. Vuelo local”.
-“ZZZ, San Fernando. Autorizado rodaje a 05 con 1023”
Ahí está, la radio y los procedimientos que tanto me costó aprender. Aun recuerdo y mi voz tiene una seguridad que me sorprende.
Mientras rodamos la frecuencia está llena de voces y casi sin quererlo me voy formando una idea de lo que pasa en el aeródromo. Estamos en la frecuencia de rodaje asique escucho como varios helicópteros negocian el rodaje a distintos puntos.
Llegamos a 90 de la pista y hacemos el chequeo prevuelo entre bromas. Por momentos, mientras la carga de trabajo es liviana vamos haciendo chistes y riendo. Cuando la carga aumenta y nos preparamos al despegue “esterilizamos” la cabina y solo hablamos del despegue y la operación.
Un rápido llamado “FDO, el ZZZ a 90 en condiciones” y su respuesta inmediata “ZZZ autorizado despegue y viraje por izquierda para 1000 y proa al canal”. Confirmo el permiso de transito y doy potencia para entrar a la pista.
El viento viene de los 320 a 5 y estamos despegando de la pista 05 asique doy alerón al a izquierda por el viento cruzado, aplico potencia suavemente y me concentro en el eje de pista. Aumenta el ruido y la vibración. El avión empieza a moverse más rápido y el velocimetro se mueve. Una rápida mirada a los instrumentos del motor, que están normales, y me concentro otra vez en el eje.
La vibración aumenta y de golpe se detiene. Estamos en el aire y sin quererlo sonrío. A 500 pies me permito un “que increible que está para volar” que Di confirma con una sonrisa y sigo concentrado en el despegue.

Nivelamos a 1000 pies proa a Benavidez y con el despegue concluido nos despedimos de San Fernando con un lacónico “ZZZ, 5 (millas) fuera” y apagamos la radio.
La zona de trabajo sobre la que volé cientos de veces antes aparece, como todo en este día, con una mezcla de novedad y antigüedad.
Volamos hacia Escobar mientras me reacostumbro al avión. Diego me propone hacer cordinación (que consiste en virajes de 30 o 40 grados a cada lado manteniendo el rumbo y la altura) para tomar contacto con el avión y estos salen como si los hubiera hecho toda mi vida. Evidentemente en mis sueños nunca dejé de volar.
Volamos en la dirección general de Escobar girando para un lado y para otro para ver una casa linda, una nube o las mil cosas que llaman la atención desde lo alto.
Llegamos a la vertical de Escobar para hacer circuitos y empiezo con la letania del aterrizaje. “Mezcla rica, combustible abierto, aire caliente afuera, reducir potencia y reducir velocidad”. El primer aterrizaje será sin flaps. El avión vuela desprolijo para mi gusto pero no inseguro. Cerca de la pista el margen es menor y me concentro totalmente. Pedal, timon, sentir el efecto suelo, aguantar el avión…”chirp” las ruedas acarician la pista aumenta la vibración. Estamos en tierra.
Doy potencia y meto aire caliente. Ahora tengo que despegar antes que se me termine la pista pero para cuando llegamos ahí el avión ya está volando comodamente.
Le pregunto a Di si lo asusté mucho pero el se rie y me dice que está todo bien.
Hacemos el siguiente circuito con flaps y si bien le falta prolijdad a las maniobras todo es seguro y el avión recompensa mi preocupación con otro toque suave.
Damos potencia y esta vez me animo con un rasante. Aceleramos sobre la pista y ya al final pego un tirón y el avión sube derecho hacia el cielo. Por un segundo el Cessna se convierte en un cohete pero pronto la velocidad cae para recordarme que después de todo ES un C-152 y no un cohete Saturno, y que mejor bajo el naso para ganar velocidad o más que un misil vamos a terminar como un submarino.
Apenas nivelo y mientras empiezo a preguntarme que hacer ahora cuando Diego me reduce la potencia y declara “Emergencia”. Simulamos la pérdida del motor y tengo que resolver la situación. Volamos ahora con el viento en la cola y estamos a 300 pies. Por un momento juego con la idea de girar hacia el viento pero estamos demasiado bajos. Apunto a un campo despejado y voy hacia allá buscando la velocidad óptima de planeo.
“Sobrevimos” a la emergencia y pronto estamos subiendo. El avión está vivo, el día hermoso y yo me siento como hace mucho que no me siento. Soy feliz.
Se acerca la hora de volver a San Fernando asique con pesar dejamos de hacer boludeces y empezamos a subir a 1000 pies para el circuito. Próximos al aeródromo prendemos la radio. Nuevamente las voces me transmiten imágenes de lo que pasa en el espacio aéreo de SADF. Otro C-152 nos procede hacia el circuito. Hay un avión en final y una escuadrilla de 3 helicópteros sobrevuela el Este de la ATZ.
Me comunico con la torre.
-“San fernando el ZZZ 5 millas fuera, regresando de local, proa al canal (de remos).”
-“ZZZ, San Fernando. Venga para la inicial de 05, vuelva lateral torre. Altimetro 1022”
-“Volveremos lateral torre con 1022”.
A medida que nos acercamos prestamos mucha atención a una antena muy alta localizada cerca del circuito. Por un momento recordamos a los dos pilotos que hace poco más de un mes fallecieron al chocar contra ella.
Ya en inicial vemos que hay dos aviones para despegar y el tráfico que nos precedía está en final corta.
Confirmo el ingreso al circuito y la torre me hace un pedido:
“ZZZ lateral torre”
“ZZZ, San Fernando. Autorizado a aterrizar. Si puede haga tráfico corto”.
La torre me está pidiendo que abrevie el circuito de tránsito para que puedan despegar los aviones que esperan sin demorarlos demasiado. La idea entonces es acortar el circuito reduciendo toda la potencia, desplegando flaps y apuntando derecho al punto de toque. No es una maniobra dificil cuando uno está “canchero” en el avión pero si se hace mal uno puede terminar aterrizando muy largo o teniendo que hacer un escape.
Yo llevo 35 minutos en vuelo que me traen el recuerdo de años de experiencia y muchas maniobras similares asique acepto la “misión” y empiezo la maniobra.
Potencia reducida, aire caliente afuera, velocidad debajo de arco blanco, full flaps, ojo con el compensador y encarar a la final. La maniobra sale horrible pero termino en final muy corta con media pista atrás y el avión listo para aterrizar (como la escuela está cerca del final de la pista 05 y esta es muy larga buscamos aterrizar largos a propósito para no estar tanto tiempo en la pista). En final corta “siento” el avión y lo voy tirando del comando para reducir la velocidad y llegar a la pérdida justo a un centimetro de la pista. La alarma se dispara justo cuando siento el contacto con las ruedas y el avión se transforma otra vez de hermoso aerodino a incómodo automovil.
Liberamos la pista y me siento orgulloso de mi “hazaña”. La vida en el aeropuerto sigue su curso y para cuando rodamos a la plataforma y detenemos el motor los aviones que nos esperaban ya despegaron hace rato.
Apagamos el motor y abrimos las ventanas y junto con el aire que entra, el silencio del motor que se extingue siento la confirmación de mi adicción.
Soy un hombre profundamente adicto y enamorado del vuelo. Meses y meses de soñar, de jugar con el flight simulator y pretender estar ahí arriba.
Mi vista aun está saturada de todos los aviones hermosos que vimos, del espectáculo de la ciudad de Buenos Aires extendida a nuestros ojos. De la estampa de los puentes de Zárate que vimos desde Escobar.
Mi olfato está saturado del olor a nafta y JP1. Mis oidos del rugido de docenas de motores.
Mi espiritu está feliz de haber vuelto a volar, de haber saciado este hambre, esta necesidad adictiva de volar y girar y ser uno con el cielo. De compartir esa pasión con mi amigo Diego, mi valiente compañero.

Mi primer vuelo nocturno


Mi primer vuelo nocturno fue en San Fernando, en un Piper PA38 Tomahawk, el 7 de Septiembre de 1997.
Llegué de día al aeropuerto y mientras esperaba la noche vi un soberbio atardecer. Luego hicimos un briefing con mi instructor y nos fuimos al avión.
Prender el avión de noche es una experiencia diferente. No se ve todo alrededor y que hacer las inspecciones con linterna o usando las luces del avión. Cuando las probé, un resplandor rojizo iluminó el piso cerca del ala izquierda y uno verde alumbró el piso bajo el ala derecha. Son las luces de posición del avión. Para ver los instrumentos del panel hay una luz que ilumina desde arriba hacia abajo todos los instrumentos. Hay una perilla que sirve para hacerla más tenue o mas intensa.
Para rodar se usa la luz de aterrizaje que está justo bajo la nariz e ilumina directamente adelante. Para rodar hay que ir siguiendo fielmente las rayas amarillas para mantenerse en el centro de la calle de rodaje.
Cuando iba para la pista, luego de cargar combustible, me di cuenta que tenía como un nudo en el estómago. No se si era miedo o inquietud o que. El vuelo nocturno me daba una sensación extraña. Mezcla de miedo y deseo. El aeropuerto estaba a oscuras y no había otros aviones en la frecuencia. Era raro.
Finalmente estuvimos listos y nos ubicamos en la cabecera 05 (despegando hacía el Este, hacia el Río de la Plata). Ante nosotros se extendía una fila de luces que parecía prolongarse hasta el horizonte. Di potencia repitiendo por undécima vez el ritual del vuelo. Potencia adelante, ala al viento, atento al eje de pista, vigila la velocidad, mantiene el avión derecho... velocidad de vuelo, palanca atrás suavemente, mantené el eje de pista y las alas niveladas. Estamos en ascenso.
Alcanzamos los quinientos pies y a mi alrededor había un mar de luces que se cortaba al este por la línea de costa que cercenaba las luces con un manto oscuro. El avión respondía bien, el aire estaba muy tranquilo y aunque abajo era noche cerrada desde donde estaba alcancé a distinguir un resto de atardecer en el oeste.
Volamos un rato por la zona, mientras el instructor me mostraba el terreno. Es cierto lo que dicen. De noche todo se ve diferente. Más pacífico, más hermoso. Las manzanas de luces se ven como casitas de muñecas iluminadas para la Navidad. Las luces de las avenidas marcan ríos de luz que pasan rápido bajo mis alas.
En el Tomahawk se ve tan bien para abajo como para arriba y había muchas estrellas aunque algo apagadas por el brillo de la ciudad. Volábamos en la vertical de San Fernando, e hicimos un viraje por derecha de 360 grados. Partiendo desde un rumbo 360 o Norte nuestra vuelta nos muestra primero la zona de Benavidez y el Delta con algunas luces reflejadas en el agua, luego el pueblo de San Fernando que termina en el Río de la plata. Está el parque de la costa y más al este está San Isidro con el hipódromo que se ve como mancha oscura entre las luces. La avenida Libertador surge brillante de allí y traza su camino hacia la capital federal cuya General Paz se pierde en el resplandor. Sigo mirando hacia el sur y el Oeste. El aeropuerto de Don Torcuato (quise se cerró hace poco) se distingue bien y el pozo negro que es Campo de Mayo destaca como un manchón de tinta en la acuarela suburbana. Directamente al Oeste están las luces más débiles de los countries y hacia el norte adivinó las luces de Escobar y más allá, de Campana. Justo bajo nosotros está San Fernando y la zona de trabajo donde los pichones aprenden a volar.
Es gracioso que ahora, al buscar adentro mío no encuentro el miedo que antes sentí, pero si la fascinación. Una nueva faceta del vuelo se abre ante mí y descubro que me fascina igual que las otras. Me pregunto si alguna vez me cansaré de tanta belleza expresada en tantas y tan diferentes formas.
Demasiado pronto para mi gusto, llega el momento de volver. Nos aproximamos al aeropuerto y el aterrizaje me sorprende cuando creo que aun estamos altos. Hacemos un toque motor y vuelvo a repetir mi toque positivo (o sea un “galponazo”). De mis toques “vaselina” ni noticias pero entiendo que a todos les pasa lo mismo en sus primeros aterrizajes nocturnos. Tiene algo que ver con la percepción de profundidad según me dijeron.
Como balance, fue un vuelo hermoso. Lleno de cosas nuevas y se que solo de a poco iré descubriendo todos sus secretos. Por ahora me conformo con volar bajo el cielo oscuro y ese suelo tan hermoso al resplandor de las luces eléctricas.
Foto: Esteban Brea